Paula Bisignano: Edición

Julieta Sánchez: Diseño de tapa y corrección 

Federico Barea: Investigación

Teresa Wangeman: Testimonios



Encontrar el libro que se transforme en mapa futuro, en ritual de búsquedas inpensadas, en sospecha abrumadora, en giro extremo paulatino, inclusive, antes de llegar a su última página: wwwnestorsanchezescritor.

Augusto Munaro - 12 de enero 2020

 

 "El amhor, los orsinis y la muerte" (1969), "Cómico de la lengua" (1973) y "La condición efímera" (1988). No obstante, se trató de una desafiante obra narrativa que fijó nuevas delimitaciones estéticas en el campo de la literatura argentina. Fue gracias a su espíritu transformador, aquello que lo impulsó a una renovación estilística, una continua búsqueda hacia intransitados horizontes. SÁNCHEZ fue uno de los pocos narradores que quisieron dar a la novela el prestigio que muchos creían perdido. No copió fórmulas de la vieja literatura -mimética y tradicional-, sino que se lanzó al placer de la creación. La narrativa de SÁNCHEZ reintegra elementos, promoviendo una nueva sintaxis. La alta calidad de su lenguaje consiste en enhebrar las palabras cotidianas para dotarlas de nuevo sentido. Y esa inesperada conjunción de vocablos, es una de las razones por las que perduran sus libros, en especial, el “tono” con que éstos están compuestos. Néstor SÁNCHEZ vivió la escritura como una intensa experiencia de vida. El vitalismo de su prosa consiste en la exaltación de la musicalidad y el frenético ritmo donde transcurren sus páginas. Por eso se considera la exploración lingüística como uno de los méritos de su escritura. Una sensibilidad que resultó de la lectura atenta de finísimas voces poéticas, como así también su amistad con los poetas Edgard BAYLEY y Enrique MOLINA, entre otros, quienes abrieron ciertos canales de percepción en su estética, distanciándose de las gastadas – y siempre monótonas- escuelas literarias preexistentes. Su técnica alcanzó la perfección formal en CÓMICO DE LA LENGUA (editada en España por Seix Barral), donde la armonía musical –por momentos al borde de lo ilegible-, cobra su cadencia definitiva gracias a su imponente virtuosismo por la improvisación. Así, el baile, Artaud, los textos sagrados de la India, el jazz, las mujeres, el boom latinoamericano, el cine, Gallimard, Castaneda, Gurdjieff, Estados Unidos, París, Barcelona… todo lo que Néstor SÁNCHEZ vivió está transfigurado de algún modo en ese libro, su summa poética. Roque Barcia, Mauro Chavarría; personajes inolvidables que son, en cierta forma, él mismo. Rara vez se adivina quien habla en esta narración deshilachada, tan densa como fascinante. Ya lo resaltó Julio CORTÁZAR en una carta, refiriéndose a su inusual capacidad inventiva: “es una de las mejores tentativas de crear un estilo narrativo digno de ese nombre (...) lo que representa un raro caso de personalidad en un país tan despersonalizado”. En Néstor SÁNCHEZ, el idioma se suelta completamente, respira innovación como si cada libro suyo fuera un poema, y cada capítulo, un verso hipersensible. Tal originalidad resultó ser su mayor estigma. A este novelista se lo marginó por varios motivos. Tal vez el menos justo se deba a que su prosa poética se sitúe instintivamente en contraposición con las exigencias del mercado editorial. A pesar de ello, luego de su muerte ocurrida en 2003, varios sellos han reeditado su obra, lo que permite redescubrir a un singular innovador de la contracultura, creador de la denominada “novela poemática”, género que nació y murió con él. Un intentar llegar a algo que estaba siempre “más allá”…

Fotografía: “Cómico de la lengua”. 1ª ed. Barcelona, Seix Barral, 1973. 328 pp. 20x14 cm. (Col. Nueva Narrativa Hispánica).


Presentación de Cómico de la lengua y proyección de Se acabó la épica:


Como él cuenta, en Cómico de la lengua es el momento donde entra en otra etapa de su vida. Su escritura se inició y casi terminó en un año y dos meses que estuvimos en Barcelona, donde se hizo presente su relación más bien intelectual con los grupos del Cuarto Camino. Luego, nos deshicimos de todo. Incluso nuestra biblioteca que ocupaba paredes completas en París, la hicimos desaparecer para quedarnos con uno o dos libros.   

Vivimos poco tiempo después de llegar a París en el Quartier Latin, le gustaba esta zona, encontramos un apartamento muy agradable en la rue du Cherche Midi, un patio empedrado que tenía al fondo una fuente con el dios Neptuno; gustaba de este lugar.   

La zona de Saint-Germain-des-Prés, el famoso café de La Paix, donde Gurdjieff acostumbraba a asistir sólo o reunirse con alguien (simpatizaba con los clochards). Toda la zona de la isla donde está Notre Dame, de los bouquinistes y el río Sena.   

Hubo un tiempo en que Néstor caminaba y caminaba en busca de salud, solo por el Bois de Boulogne, luego íbamos al sauna.      

Recorríamos Montparnasse, le marché aux puces - Porte de Clignancourt, Saint-Germain-des-Prés, bouquinistes des quais de la Seine, por encima y por debajo de los puentes a lo largo del Sena, Notre Dame, iglesias, catedrales, vitrales. Muchas veces con objetivos predeterminados... por ejemplo: ver si lo que estábamos haciendo, diciendo, creyendo, sería “para lo que vinimos”. Viajamos alguna vez a la playa de Laredo (cerca de Bilbao), Brujas, Londres -un continuar con el mismo objetivo- bajo otras impresiones.     

“La guerra santa” de René Daumal, es uno de sus principales poemas que nos acompañó por largo tiempo. Hubo otro, “Hechos memorables” que lo aprendimos de memoria, lo llevábamos por París todo el día, con la intención no sólo del uso de la memoria, sino con voluntad de ocupar la mente con alguna exigencia, así como el contenido del poema, en vez de un imparable hablar interno.  Ocupar con este poema esta “radio prendida” de pensamientos, asociaciones, reacciones..., tiende a disminuir su verborrea cuando la mente empieza un intento de cumplir una de sus funciones, como la de recordar LO necesario, ¡cómo estar en Alerta! Emociones aplacadas, alguien viendo todo esto, ocupando un espacio allí adentro.                   

Siempre estuvo atraído por las gárgolas de la catedral de Notre Dame en París, gótico medieval.  Tantas veces visitada por nosotros, eufóricos, alrededor de sus expresiones,  significado (seres imaginarios, grotescos, en piedra, con el fin entre otros de ahuyentar a espíritus del mal...), representando poderes; una fue seleccionada entre otros por Néstor, para la portada del libro.  Hubiera elegido lo mismo para esa portada.   ¿Pudiera interpretarse tanto de esta elección, relacionada con sus intereses, o búsqueda...?  

Referente al título también, durante un buen tiempo alrededor de lo que sería un bardo, juglar, trovador, o cómico de la lengua... poetas, músicos itinerantes, ambulantes o sabios de los caminos, en la época medieval y de diferentes países.  Una otra posición oficial en las cortes:  transmitir y recibir mensajes secretos.  Néstor se mostró muy entusiasmado en esta  búsqueda de un nombre en esa dirección... ¿lo que sentía relacionado con lo que expresara, en todas las acepciones que pudiera dársele a Cómico de la lengua, que abarcara lo que expresaba?

Él iba comentando sus decisiones. Así como gran parte de nombres de personajes y muchas de las situaciones, lugares, hechos... fueron usados de información que compartí con él, ya sea de mi familia y amigos, o personajes reales, relacionado casi todo con el Trabajo. Decía que lo único que pudiera escribir después, sería un libro llamado “El loco”. ¿Su visión de lo que sería un mundo imaginario, y uno real, le cambió la vida, nada más que decir?         

Las lecturas que compartimos y repetimos fueron “Relatos de Belcebú a su nieto” de George I. Gurdjieff; la obra de René Daumal; la de Carlos Castaneda, así como una gran cantidad de poetas.                  

Si leemos detenidamente el poema de “La guerra Santa”, tal vez nos aproximemos a comprender el profundo anhelo de Néstor, también mío, relacionado con la realidad... de mí. Así como hay tantas maneras de expresar con diferentes palabras (lo aprendimos con las traducciones)... lo más valioso...  también lo hay para ampliar la visión del mundo interior, infinito,  casi sin palabras...

Contábamos con un libro sobre Daumal con fotos, incluida la del día que murió, La experiencia fundamental en la que junto con amigos experimentaban momentos los más cercanos a la muerte, hasta que los amigos lo regresaban antes que muriera.  Su enfermedad, que lo obligó a vivir en un lugar especial para tuberculosos, donde él mismo formó un grupo de trabajo, guiado por Alexandre de Salzmann, hasta que murió muy joven.  

Escuché hablar a Néstor sobre sus amigos, o cercanos,  por mucho tiempo, desde que vivíamos en El Hatillo en Caracas.  Empezando por Rodolfo Privitera, amigo desde la infancia y colegio, llegó a su casa en Caracas donde él vivía.  Gabriel Rodríguez que conoció en Santa Fe, encuentros literarios,  se hicieron muy amigos, se escribían llenos de esperanzas, alegría al compartir, incluida su ex esposa Mirtha, luego los llamó y llegaron a nuestra casa.  A todos ellos, junto con Vicky su segunda esposa, familiares y amistades... los introdujo al trabajo de los grupos de Gurdjieff desde Buenos Aires. Todos ellos luego por diferentes motivos se distanciaron.  En Caracas encuentros esporádicos con R. Cadenas, J. Calzadilla, Juan Sánchez Pelaez, Luis A. Crespo, Ben Ami Fihman; luego en Barcelona, Julio Ortega, Bryce Echenique, Barralt;  se hicieron presentes algunos del Boom como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Rulfo, Carlos Fuentes, Carmen Balcells (con los que sostuvo de una u otra manera encuentros, o correspondencia eventual). Luego en París, Cortázar, Héctor Bianciotti, Ugné Karvelis.        

Nunca pareció sentirse cercano a los escritores del Boom Latinoamericano. Le era difícil a Néstor aceptar los “moldes”, frases hechas. Nada de esto podría ser genuino, sentido, verdadero. Con respecto a Mario Vargas Llosa, sólo recuerdo su dificultad para aceptar a un escritor que hablaba ufanado, en esa época, de un método, rutina y disciplina para escribir una novela (es probable que tuviera que ver con “el escritor comprometido”). También su desacuerdo con Cortázar,  pareciéndole infantil su actitud, creo que en relación con una simpatía hacia la política; es posible que fuera la época que acostumbraba a visitar la Unión Soviética con Ugné Karvelis, donde no le pagaban con dinero, sino con cosas materiales. En realidad parecía admirar más a amigos poetas (como Bayley, Sicardi, Madariaga...) que siempre nombraba. Y las interminables noches leyendo poesía... ¡¡y la risa resonante de Néstor!! Así también a Joyce, T.S. Eliot. Libros como El tambor de hojalata.   

Olvidé comentarles que toda esta trayectoria 1972-1975, Roma, Barcelona, París... fue siempre acompañada de mate, y sobre todo con música no sólo de Gurdjieff, sino especialmente de los barrocos, como Haendel, Marcello, Vivaldi, Bach, Pachelbel, entre otros. En particular “El canon de Pachelbel”, que tuvimos la suerte de encontrar un disco de pasta donde no sólo estaba su fantástica obra e interpretación, sino la de otros barrocos como Telemann, Vivaldi, Mozart, Haydn... interpretándola como lo sentía cada uno. Se llamaba “Autour du célebre canon de Pachelbel”. Y todas las variaciones fantásticas que hizo Vivaldi con la trompeta y más relacionado con el Canon; las de Bach para clave desde su origen en violines de Vivaldi.

¡¡¡Todo esto era, y siempre será, una fiesta!!!                                      

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      Teresa Wangeman

 

 


Pitre de la langue (Cómico de la lengua) Traducido del español por Albert Bensoussan

Crítica aparecida en la Nouvelle Revue Française (NRF) 

Editorial Gallimard, colección  “Du monde entier”

[Crítica aparecida en la Nouvelle Revue Française (NRF) n º 273 de Septiembre de 1975.]

 

Con sus mayores, Julio Cortázar y José Donoso, Néstor Sánchez, que este año entra en los cuarenta, integra en la novela latinoamericana un temible trío de innovadores. Lo intuíamos desde la publicación exploratoria  de Nosotros dos el año pasado, en una audaz traducción de Albert Bensoussan. Después de la lectura de Pitre de la langue ya no cabe duda (desgraciadamente en el título francés se pierde el equívoco del juego de palabras que tiene cómico de la lengua, ¡actor ambulante!)

Como una vena en una piedra ágata, se puede seguir en la espesura del libro un relato, del cual el crítico complaciente se cree obligado a poner algunos jalones para el lector desconcertado. Es la historia de un joven argentino llamado Roque Barcia, que no encuentra satisfacción en el matrimonio pequeño burgués, y tampoco se resigna a ser el empleado rutinario de una oficina de importación-exportación; siempre buscó situarse en el cosmos, darle un sentido a su vida. Su primer intento lo llevó a seguir hacia el norte del país a un tal Mauro Chavarría, del cual se convirtió en el parásito filosófico y al que identifica más o menos inconscientemente con su padre desparecido, un Chavarría convencido de que todo estaba regido por leyes, incluso el sufrimiento personal, cualquier tipo de sufrimiento, el desconsuelo y la alegría, los cambios de sitio o de itinerarios de adentro y de afuera, las distintas y contadas posibilidades de encuentros decisivos y la presencia global de la impresencia,  y que encuentra la confirmación de su fatalismo esotérico en el alcohol, la droga y la lectura de Daumal, de Artaud, de Joyce, de los textos sagrados de la India. Después de un primer fracaso que lo lleva de nuevo a una oficina de su ciudad natal, Roque Barcia vuelve a partir hacia el norte ante el llamado de Chavarría, y participa, con su mujer Raquel Chavarría y algunos compañeros, de una experiencia comunitaria animada por un gurú singular llamado Alejandro Kressel: barracas de pioneros en la selva tropical, desmonte y plantación de café, reuniones para la meditación colectiva entre los trinos frenéticos de los pájaros. La muerte accidental del mago dispersa al pequeño grupo. Privado de su tutor y de su rousseaismo gregario, Roque Barcia reencuentra la errancia y decide finalmente darle un sentido a su vida escribiendo: durante tres años tecleará sobre su Remington para  rescatar del olvido las horas perdidas, para justificarlas a partir de diecinueve libretas manuscritas que llenó con sus experiencias. El libro no se termina: la muerte esperaba a Barcia en la calle de Cloître Notre-Dame en París, ante una boutique de souvenirs. Relato entonces, pero nada objetivo, ya que está sometido a un doble filtro: el de Barcia mismo como narrador de su propio pasado, rescatando de ahí, según su visión del mundo y su escala de valores, los elementos que le parecen significativos: el de un tal Mike, antropólogo de Chicago, primer narrador puesto que dice yo en las primeras páginas del libro, y a quien la viuda de Barcia mandó el manuscrito no acabado, por razones poco claras dado que no conocía a Barcia, sin duda porque es el amante de Nacha Ortiz, único miembro accesible del grupo ya disperso de iniciados. Mike, entonces, lee, interviene, comenta, hace valoraciones; pero la mezcla es tan hábil que raramente se sabe quién habla  en esta narración deshilachada y bicéfala, que glosa una novela en devenir con una felicidad y una densidad fascinante: novecientas cuarenta y dos páginas (incluyendo las numerosas tachaduras, la ceguera metafísica) a lo largo de las cuales resurgiría la apariencia de un marco irremplazable y si se quiere barciano, la ambición de sentido y la prolongada desarticulación del incesto, el crimen oral y las irrupciones sincopadas de la megalomanía, la ceguera metafísica y el pavoroso tedio político como descanso del tedio, cierta estupidez indisimulada de cada historia personal y de conjunto, el empecinamiento y la clarividencia […] el sexo como redención o como pérdida pero sobre todo como fiesta vacilante de despedida perpetua, cierta velocidad progresiva del tiempo hecho cronología a toda costa...

El lector francés no tendrá dificultades en situar la novela en una temática a la vez proustiana y sartreana: por un lado el olvido, lo discontinuo, las intermitencias, el trabajo de recuperación de sí mismo, de capitalización del pasado en una esencia indestructible; por otro lado, la catolicidad perdida y su nostalgia, la angustia existencial, la absurdidad del mundo, la náusea metafísica y su transfiguración estética que “lava del pecado de existir” como dice Roquentin. Pero todos estos temas, amasados, sincopados, deformados por una lengua que logra la paradoja de ser a la vez tupida y llena de manierismos, proliferante y telegráfica, extraviada y estructurada. Los neologismos abundan: la escritura es barcianizante, ya que ella tiende a constituir a Barcia en esencia: la memoria es desmemoriada, el tiempo de la novela es retiempo. No se puede más que admirar la proeza del traductor que traduce suntuosamente este gongorismo de vanguardia; y que nos da algunas notas sobre las referencias propiamente argentinas: por ejemplo, está muy bien,  para leer esta novela, donde la antítesis Norte-Sur desempeña un papel capital, saber que el Norte argentino, en los confines con un Paraguay exuberante y tropical, es como el Far West norteamericano, tierra de aventuras y violencias. El título del libro, además de que en español hace referencia a la manía viajera del héroe, también debe leerse como una manera desenvuelta de distanciarse de un tema fatalmente ansiogénico: ¿se ríe Sánchez verdaderamente de los bricolajes lúdicos que opone a lo trágico de la insignificancia y la muerte? Que en todo caso, siga dándonos otras bufonadas de esta índole, encantadas por héroes sin armadura o frágilmente acorazados por una verborrea hinduista, atravesados por Haydn y el blues, por burlescos mudos y pericos cotorreadores, desamparados nestorianamente, musicalmente sanchizados.

 

Jean-Charles Gateau

Traducción: Hugo Savino

 

[Lo notable de este documento del año 1975, es que entra poniendo a Néstor Sánchez al lado de Julio Cortázar y José Donoso, como un joven del boom, lugar común que todavía funciona, sin embargo, se despega en el mismo movimiento y aparece la lectura, el oído. Lo notable es que lo lee en traducción, francesa, lo que muestra que la versión de Albert Bensoussan recrea el ritmo de Cómico de la lengua. Jean-Charles Gateau lee con el oído sanchizado desde la primera línea. H.S.]

 


NÉSTOR SÁNCHEZ Por Ignacio Gutierrez

Néstor Sánchez es ya mi escritor preferido definitivamente.  Y Cómico de la Lengua (su última novela antes de desaparecer en busca de la inmortalidad, literalmente) es la culminación de un camino extremo emprendido a ciegas en los límites del lenguaje: una visión desmitificadoramente pesimista del mundo contemporáneo. Después de Cómico de la lengua no quedaba mucho más, lo explica el propio Néstor años después cuando un periodista le preguntó sobre el motivo por el que dejó de escribir:  

 

¿Ya no escribe más? 

 

“A veces, por las tardes, cuando voy a un bar que está aquí cerca me permito pensar por un momento en la escritura y es evidente que aparece una leve onda de sosiego, es como si me fuera dado encontrar una épica en esta vida monótona que llevo. Es que nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada y esto ahora ya no puede ser. Me quedé sin épica”.

 

Un Rimbaud argentino dignificando (y destruyendo) la narrativa en castellano desde dentro. Un bailarín de tangos profesional que en Cómico de la Lengua ironiza sobre el papel del narrador y del lector, pero al mismo tiempo pone en duda el proceso en el que ser humano comprende, asimila y fija el mundo (su entorno) en ideas preconcebidas y estancadas… Pero nunca sin perder el sentido del ritmo, que si en Córtazar era el swing, en Néstor Sánchez (apasionado de la música) podría asemejarse al bebop, las vanguardias y el free jazz.

 

Hasta que descubres el truco la novela es casi incomprensible: una nueva vuelta de tuerca al manuscrito encontrado del Quijote, pero no su transcripción, sino la descripción del texto, la descripción del narrador representado en el texto original (emisor y transmisor enfrentados en un juego de perspectivas), lo "inscripto" y el juego del pictograma oculto: un código que esconde una frase extraña y que supone la reflexión final de la novela:

 

Si me sí o no puede ser o si fue mascara. N(estor)/S(anchez) X(ris)t(o)

 

Es decir si el reflexivo es Néstor Sánchez aplicado al narrador y entendiendo que esa pregunta se la hizo él mismo en, digamos, la vida real...

 

Y la cruz, también, símbolo esotérico que predice su búsqueda futura, no la cruz cristiana sino el símbolo atávico que los cristianos utilizaron para su representación de lo universal en la tierra: el cruce, el punto exacto donde la eternidad se una al tiempo presente.

 

 

Literatura en acción:

 

En todo caso una única frase indistinta que arranque con la palabra lentitud. Lentitud de ninguna manera fragmentaria o discontinua: el anochecer (la caída de al tarde, el crepúsculo) del día quince de octubre unas dos horas despues de haber entrado y de haber atrancado la puerta, a poco más o menos hora y media de haber entreabierto en parte la persina, Nacha Ortiz sin pintura respirable en la cara y con el pelo en dos (cierta precisión motriz indefinible) empieza a desvestirse con una lentitud que por largos momentos tenderá a volverse irritante...

 

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